A esta antigua casona de la Calle Boyacá
con la Concordia no venía creo desde finales de los sesenta. Aquí conocí a su sobrina Jenny van der Dick cuando la
postulamos como candidata a Reina de los Periodistas, lo mismo que a su hermano Boris Planchart, atleta de la selección
nacional de voleibol y vicepresidente del Comité Olímpico. Cuando eso Gustavo Rodríguez, quien también
había nacido en esta casa el 18 de febrero de 1947, se hallaba en Caracas
estudiando sociología. Después supe más
de su persona por boca de él mismo cada vez que le tocaba visitar Ciudad
Bolívar, a la que me dijo nunca le perdía el pulso. Me contaba episodios de su infancia como
alguna vez me los contó Alejandro Otero y Rafael Pineda, pensando seguramente
que algún día tenía que referirme a ellos como, en efecto, lo hago ahora ante el
cortejo y ritual de sus cenizas que
ahora serán esparcidas en el río como antes las de César Gil Samy, compañero de
sus correrías en los años cincuenta junto
con Alberto Camacho, Tomás Gómez, Horacio Villamonte y Ernesto
Guevara.
La
Ciudad Bolívar de entonces era todavía plácida, casi bucólica y la relación humana bastante
estrecha. Ya su padre José Leandro Rodríguez había muerto. Su padre era
sombrerero de oficio, pero su vocación realmente era la de actor y no perdía la
oportunidad de las Compañías teatrales
que pasaban por la ciudad para aceptar
papeles eventuales. Pero hubo un tiempo que no pasaban Compañías sino Circos de malabaristas, equilibristas y payasos y aceptó suplantar por
emergencia a un equilibrista de la cuerda floja con tan mala suerte que cayó y quedó
inválido para siempre.
De su padre le vino a Gustavo esa pasión por
el desdoblamiento que es el arte del actor, además que en su casa, desde
pequeño, le daban pábulo a su vocación histriónica cuando lo disfrazaban de
Napoleón, de Julio Cesar, de Gladiador, de
Mosquetero y con ellos ganaba los
primeros premios de disfraces
infantiles en los Carnavales que eran realmente muy hermosos y
respondían a un movimiento cultural de elevada ascendencia.
Ese
movimiento cultural e intelectual bastante acentuado de entonces se ha perdido a causa de la demagogia
política, el facilismo y el afán de
lucro. A la ciudad actual pareciera importarle más el poder económico y político
que otros valores entrañablemente humanísticos.
Gustavo
Rodríguez estudió primaria en la Escuela Federal Tomás de Heres. Una vez me contó que cuando cometía alguna
travesura la maestra lo castigaba en el cuartico que le sirvió de celda al
General Piar. Entonces era monaguillo de
la Catedral y por la vía de Monseñor
Juan José Bernal Ortiz, quien había sustituido a Monseñor Mejía como obispo de la Diócesis, ingresó al Seminario
Cristo Rey, pues quería ser sacerdote, Estaba tan adelantado que llegó a ser
Maestro de ceremonia y organizador de las misas pontificales, pero su dudosa vocación
se quebró antes de tiempo, pero le quedó el regusto por la ceremonia que
llegaría a reflejarser sobre las tablas del teatro caraqueño.
Su
paso por la Catedral lo llegó a revivir con marcada emoción en junio de 1994 cuando le tocó actuar
dramáticamente en “Angostura, el oratorio de Piar” composición musical con la
que el Maestro Luis Morales Bance invoca el espíritu del héroe de San Félix,
con texto de José Manuel Peláez y actuación de la Cantata de Solistas de
Venezuela, los Niños Cantores de Villa de Cura y la Coral Voces de la Gran
Sabana.
Después
del Seminario prosiguió la secundaria hasta el tercer año en el Liceo Peñalver. El
Bachillerato lo terminó en el Liceo Aplicación de Caracas y luego ingresó
a la Universidad Central de Venezuela para seguir la carrera de Sociología que
interrumpió ya muy avanzado para aceptar una invitación
del Instituto Internacional de Teatro.
En esa
ocasión Gustavo se empapó de
las experiencias teatrales de vanguardia más importantes de Europa y participó
en seminarios con connotados directores de
teatros. En ese entonces vivió intensamente
el Mayo parisino y la invasión
de la Unión Soviética a Checoslovaquia que lo alejó de la juventud comunista a
la que pertenecía.
Estando en el Instituto
Internacional, Gustavo tomó la decisión de abandonar los estudios de sociología
en la Universidad Central para dedicarse de lleno al Teatro, y así se lo
comunicó a su madre María Luisa Orá de Rodríguez, quien nunca estuvo de acuerdo
con la decisión y lamentablemente no pudo vivir lo suficiente para ver los
laureles de su hijo como actor dramático.
Gustavo no sólo destacó en el Teatro actuando en un centenar de
obras, todas para él positivas incluyendo las consideradas un fracaso porque de
ellas aprendió mucho. Cuando hablé con
él en el curso de una entrevista para el Correo del Caroní. Antes lo había entrevistado para el diario El
Nacional, me dio a entender que “La Revolución” fue la obra teatral que lo
consagró y le valió todos los premios.
"La Revolución" pieza
teatral del dramaturgo Isaac Chocrón estuvo en
Caracas seis meses en cartelera y se montó en varias ciudades del país,
entre ellas, Ciudad Bolívar, abarrotando un diciembre las gradas del anfiteatro construido
en tiempos del gobernador Andrés Velásquez.
Gustavo
Rodríguez no actuaba en Ciudad Bolívar desde 1974 cuando vino con el
"Nuevo Grupo" a una temporada iniciada en la biblioteca Rómulo
Gallegos, entonces dirigida por Lourdes Salazar y que culminó
en el Gimnasio Cubierto de Las Moreas. Fue cuando se estrenó
"La Máxima Felicidad" y se montaron obras de gran resonancia como
"El Testamento del Perro" y "Resistencia".
Su trabajo en la Televisión
también fue muy aplaudido y de hecho se sentía orgulloso de su trabajo y fue reconocido en su campo como
factor importante de la nueva televisión venezolana. Aquí se inició con
"Peonia", la primera novela venezolana, escrita por Manuel
García Romero y encarnó el papel de Pedro Estrada en la telenovela “Estefanía”,
la primera a color por la RCTV,
En el cine protagonizó varias películas y en otras formó parte de su
elenco. Recordemos a “Muerte al Amanecer”,
“Domingo de Resurrección”, “Borrón y cuenta nueva” y “Los Platos del Diablo”, basada en una novela de Eduardo
Liendo y donde hace de
productor y actor al mismo tiempo, pues Gustavo había fundado
una Productora que realizaba miniseries
para el Canal 8 y el Canal 4. "El Dorado" fue uno de esos
trabajos, ambientado en las Minas, pero que enfatiza en el problema ecológico de Guayana y en el contrabando de
minerales, matizado con hechos dramáticos y de aventura.
Con su hija Juliana Andrea,
de su unión conyugal con Gabriela, hija de Julián Pacheco, rodó dos
películas. Gustavo no fue estable en el
matrimonio. Se casó varias veces, Con su primera esposa Lourdes Ramírez,
pedagoga de Tucupita, tuvo a María Fernanda, abogado y con la actriz Sonia Vera,
tuvo a Alexandra, quien estudió teatro
en Nueva York. Su última hija: Grecia Manrique.
Hoy
esta familia está de luto como lo está el mundo del teatro, del cine y la
televisión, como lo estamos nosotros y toda Venezuela, porque se despide del
teatro de la vida uno de sus más histriónicos valores. Se despide a los 67 años, frotando como Pavarotti el talismán de la suerte antes de
entrar en escena. Luciano Pavarottí
solia utilizar como talismán clavos doblados en el bolsillo. El talismán de Gustavo era conversar
previamente con los muertos. “Mi talismán son los muertos” me dijo un día. Converso
con mi madre, mi padre y hermanos antes de salir a escena. Pues bien, amigo, converse ahora más
directamente con ellos remando como buen guayanés en el rielar luminoso del río
que aguarda tus cenizas. Al fin, como lo cantó el poeta Jorge
Manrique: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir”.
Américo Fernández
Ciudad Bolívar 09/04/2014.