Recorrió el mundo en su
imaginación mitológica, sin tener que vadear jamás el Orinoco. Vivió arrinconado en una casa miserable
humillada con el nombre de calle Democracia, anclado de por vida en el
claro-oscuro, dentro de una línea popular de creación muy espontánea que
cautivó tanto a legos como a crítico en el campo de las artes visuales.
Américo Fernández
En
octubre de 1967, recién inaugurada la Casa de la Cultura de Ciudad Bolívar,
José Martínez Barrios realizó por primera vez su primera exposición individual
y todos sus cuadros se vendieron al instante, mas con el producto de la venta
el pintor estuvo desaparecido tres días con sus noches. La pintura de Martínez
gustó y comenzó a gustar a partir de entonces por lo anecdótico de las figuras
hechas con la técnica pasada del claro–oscuro y que algunos llegaron a
catalogar de ingenua, pero ¿puede ser ingenua la pintura de un artista que tuvo
escuela? Martínez estudió en la Armando Reverón, durante los ocho años que
funcionó esta escuela de artes plásticas creada en 1958 y mientras permaneció
en ella, logró cuadros bien orientados dentro de la técnica del academicismo
clásico, pero una vez que fue cerrada la escuela por considerarla el gobernador
de turno un nido de izquierdistas que tenía sus veleidades con las guerrillas,
las figuras de su pintura comenzaron a perder el equilibrio de las formas
académicas cayendo en una expresión que proyecta su propia personalidad
sicológica.
Aquella
primera exposición de Martínez a la cual siguieron de inmediato otras hasta
llegar al Ateneo de Caracas, fue prácticamente acaparada por unos pocos
coleccionistas, entre ellos, el antropólogo Jean Marc Sellier, quien la
calificó de sorprendente: Este artista, al pretender pintar una alegoría al
estilo de Fragonard, redescubre por su cuenta el mundo onírico de Chagal y del
aduanero Rousseau. La fuerza del instinto espontáneo es tan fuerte, que el
pintor no repite mensaje de otros. Sólo encuentra el suyo propio en la
profundidad de su inconsciente.
José
Martínez, magro, apacible, facundo como
fecundo,
pintor a quien los citadinos nunca dejaron de tomar en cuenta a pesar de su
origen y permanente estado de humildad, tiene tanto él como su pintura,
singulares anécdotas que suelen contar sus colegas artistas y poetas con las
cuales solía reunirse diariamente en amenas tertulias por las tardes en torno a
las mesas graníticas del Boulevar Bolívar.
Una
de ellas dice que un hombre de su calle, en el perímetro del Casco Histórico,
le llevó a uno de sus hijos para que le hiciera una pintura, pero el niño pobre
tenía el vestido raído y el padre le pidió al pintor que por favor lo mejorara
en el retrato. Martínez lo tranquilizó con una sonrisa, pero luego que en el
coleto fue apareciendo el párvulo con ropaje de príncipe, el padre molesto le
batió a Martínez el lienzo sobre la misma testa.
Hay
otra anécdota ocurrida cuando estudiaba en la escuela Armando Reverón y el cura
párroco de la ciudad llevó a la Escuela el cuadro de un santo pintado al óleo
para que los estudiantes le restauraran una mano que se le había excoriado. Los
traviesos muchachos aceptaron, pero la restauración la convirtieron en una mano
tan descomunalmente larga que el cura cuando vino por el cuadro estalló hecho
una furia y amenazó con excomulgarlos a todos. Martínez oportunamente abordó
al religioso con la pureza del mismo santo y salvó a sus compañeros de la
presunta excomunión corrigiendo la mano desfigurada y devolviéndole al
indignado sacerdote su habitual semblante de pastor.
Antes
de ingresar a la Armando Reverón,
Martínez había tenido de maestro en su taller de la calle Democracia, al pintor
español García Meneses que le hacía retratos a los obispos, restauraba las
imágenes de las iglesias y hacía las carrozas del carnaval.
"Mi
primera pintura fue muy académica", me dijo en la oportunidad de un
diálogo sostenido en torno a una mesa dura y redonda del boulevard.
-
Uno empieza por ser paisajista, bodeguista. Luego cuando estudia la figura
humana, se transforma en anatomista y de aquí entras en la etapa mística de la
búsqueda, tratando de profundizar en la esencia de la figura, ya no en la
persona o cosa que uno objetivamente ve, sino en su esencia, entonces se
expresa en una forma metafísica.
-
¿No estás tú como detenido en la pintura del siglo pasado?
-
Yo estoy detenido en la etapa de la pintura francesa que vivió Arturo
Michelena porque es la más elocuente del realismo academicista social.
-
¿Por qué es la más elocuente?
-
Porque se acerca más al ser humano, porque involucra el deseo de imitar la
realidad, de reproducirla. Contar la historia con la figura humana es lo que
me llena, yo siento eso todavía. Desde luego, hoy no hay tiempo para hacer lo
mismo que hacía aquella gente que pasaba trabajando un cuadro seis meses, sin
importarle mucho el hambre que sufrían a causa de ello.
Desde
que murió su última tía en 1986, Martínez vivía prácticamente solo en su
humilde casa de la calle Democracia, apenas con un par de gatos y un perrito
llamado "Pilin con el cual se divertía poniéndole su corbata.
Uno
entra en la casa de Martínez, si es que puede, porque en ese maltrecho y
reducido espacio todo se confunde. Uno entra y encuentra sobre un piso
cubierto de huesos sueltos un arrume de periódicos, revistas de artísticos
desnudos, libros, lienzos, tubos de pintura, espátulas, caballete, pinceles,
latas de sardinas, paltoes y corbatas.
No
está el televisor, ni el reproductor, ni sus discos favoritos de Pérez Prado y
la Sonora Matancera, la voz de Caruso y Mario Lanza, porque desde que se murió
su abuela, los ladrones jamás lo dejaron en paz.
Casi
todo se llevaron los amigotes de los ajeno, hsta las zapatillas azul de Haibee,
la mujer soñada de Martínez, que según nos dijo en reiteradas ocasiones, vive
en Puerto Ordaz “donde tiene sus churupos”.
¿Sabrá de su muerte? Seguro que
no lo sabe porque Haibee sólo vivía en la imaginación de Martínez.
-¿Cuándo
y dónde la conociste?
-A
finales de los años cincuenta en un
hotel de la ciudad, tiempos de la Sonora Matancera que llenó un momento romántico
de mi vida. Cuando Haibée cumplió 17
años, tomé champaña en una de sus
zapatillas. Estaba recién llegada de Norteamérica.
-
¿Ha sido tu único amor
Mi
gran amor entre mil a mores.
-
¿Por qué una extranjera?
-
A mí de plano no me gusta la venezolana.
Es muy fría, muy loca. Sexualmente no está en nada. Es decir, no sabe nada de sexo en el sentido
mágico de la palabra. Tiene una mentalidad embasurada, en fin, alienada por una
propaganda cursi como es la de televisión.
-
¿Todas las venezolanas?
Claro
que hay excepciones como mis amigas periodistas Luisa Barroso y angélica
Martínez, mujeres cultas con las que se puede hablar. La generalidad de las mujeres, mi querido
Américo, no se detiene a la hora de cambiar comodidad por sexo y, lo triste, un
sexo mal hecho. Su cultura sexual está llena de prejuicios y estupideces.
- ¿Sin embargo, has tenido mil amores?
-
Por eso hablo con propiedad. Siempre me
ponen de mal humor las mujeres vacías, me disgustan, me causan terror, por eso,
porque son muy marginales.
-
¿Cuando hablas de mujer marginal en este caso, te refieres a las burdeleras?
-No.
Ellas son otro tipo de gente. Son
mujeres que por accidente han aprendido muchas cosas y tienen vivencias inquietantes
que son las que el artista necesita. En
los burdeles tú te encuentras con casos realmente interesantes.
- ¿Conociste a Edelmiro Lizardi, el dueño del famoso Trocadero de Ciudad Bolívar?
Mi
papá era muy amigo de él. Yo lo conocí en ese lupanar.
- ¿Cómo
era ese ambiente?
Una casa pintoresca, con cuartos de moriche en el fondo, situada en La Campiña. Por allí pasaron mujeres bellísimas de Maracaibo, Valencia, Upata. Uno se tomaba una cerveza por real y medio. El tercio costaba 1,25; dos bolívares la media
jarra y tres el botellón. Allí yo tuve mis primeras incursiones en el sexo.
- ¿Estuviste
particularmente empatado con alguna de esas mujeres bellísimas, como tú dices?
Como
no, de una merideña llamada Juliana y de otra
maracucha. Muy bellas. Yo en ese tiempo vivía leyendo libros de
estética, de preceptiva literaria, filosofía y obras románticas. Como los actores de cine, buscaba argumentos para mi vida, temas que me nutrieran existencialmente.
- Y vives solo, con tus gatos y el travieso Pilín, ¿por qué?
Me
siento bien con los gatos y con mi perro. Siento
un gran amor por ellos y ellos por mí. Cuando salgo y estoy de vuelta,
siempre me esperan en la puerta como en un concilio.
- ¿Cuántos
gatos?
Tenía
seis: tres grandes y tres pequeños, pero ayer aumentaron a diez porque encontré
cuatro pequeñitos que los tengo en una
cajita y no los voy a dejar morir de hambre. Los encontré en una casa abandonada
y les compré un pote de leche y un tetero.
- ¿Tienen
nombres?
- El más
feo lo llamo Oso y al más pintado, Tigre. Son
los únicos machos y los que tienen nombres. Los machos se van de noche de
parranda y regresan tarde y tengo que
levantarme a abrirles la puerta. Ayer se aparecieron con una amiga y
tuve que levantarme corriendo a servirles una lata de sardinas que les encanta y me veían de una manera rara como
preguntándome si estaba bravo y yo les respondí: "No, chicos, que va,
coman y olvídense de lo demás."
La
conversación informal con Martínez había comenzado
en el Boulevard y terminado en su casa, sin dejar éste de fumar y frotar
una caja de mentol que siempre carga consigo. Le preguntamos sobre sus
exposiciones y nos dijo que la última individual tuvo lugar el año pasado en
la Casa de las Doce Ventanas con motivo del
Día del Artista Plástico.
- ¿Cuál
la de mayor éxito?
La primera en la Casa de la Cultura por iniciativa de Minina y del Profesor Sellier; la segunda en el Ateneo de Caracas a
instancias del poeta y crítico de arte Rafael Pineda, otra en la Galería
Germania del germano Wolfgan Scroder y la más reciente
en la Galería Bicentenaria, patrocinada por el doctor Ramón Córdova
Ascanio, excelente amigo, gran persona, me
ha ayudado mucho. - Rafael Pineda
tenía intención de seguir ayudándote ¿qué pasó?
Bueno, Rafael es muy inteligente, tiene una gran producción literaria, es incansable, está muy bien relacionado, lo que
no me gusta es que es muy elitesco.
-¿Tu
digusto no es acaso por haber situado tu pintura en el campo de lo ingenuo?
- Bueno esa es una de las causas. El problema de la clasificación que él quería
darle a mi pintura y con la cual yo no estoy de acuerdo.
-¿Por
qué dice, Rafael, que tu pintura es ingenua?
-No se, porque ingenuo significa para mi , ignorancia artística,
desconocimientos técnico y yo soy un pinor de escuela, con doce años de
estudios en academias, De manera, que no
puedo estar en esa clasificación.
Además
de pintor, tengo entendido que lees todo cuanto caen en tus manos ¿Qué lees
ahora?
-Elogio
a la locura de Erasmo de Roterdan.
- ¿Qué
dice Erasmo de la mujer?
- Bueno,
hay un pasaje de su obra donde dice que Platón
dudó al colocar a la mujer en la categoría de los seres racionales porque los
365 días del año los pasa pintándose y todavía tiene el coraje de pintarse en
los carnavales.
Martínez
Barrios también ha leído a Lucrecio, a Shopenhauer
y a Vargas Vila que no hablan bien de las mujeres, tal vez, porque nunca
como Don Quijote tuvieron su Dulcinea del Toboso. Por lo menos, Martínez tuvo
la esperanza de Haibée y el hermoso recuerdo de su zapatilla azul.
El sábado
30 de septiembre, a la edad de 57 años cumplidos el 7 de marzo, falleció este
artista en el hospital Ruiz y Páez. Accidentalmente conocí a su padre. Era
vigilante en el Parque Leonardo Ruiz Pineda y en esa ocasión me habló orgulloso
de su hijo pintor. Y un día que le llevé a Rogelia Acuña, poeta que quería
conocerlo, me presentó a su tía, quien me sugirió aconsejar a Martínez para que
se ocupara de mandar a arreglar el endeble
techo de la casa. Pero Martínez vivía
sumido en el claro oscuro y a veces en el color sepia de su universo,
por lo que el techo se vino abajo y casi lo sepulta, mucho antes del sábado
cuando estaba previsto se detendría el imperfecto reloj de su existencia. Los
hebreos dicen que Dios descansó el sábado, después de haber creado el mundo.
Pudiéramos trazar un parangón y decir que el sábado Martínez entró en reposo después de haber creado su propio mundo,
un mundo extraño, rayano en el surrealismo que pocos entendían, entre ellos,
el abogado Ramón Córdova y el médico Armando García, sus protectores hasta la
última palada de tierra.