Ninguna noche se parece a otra. El mes de septiembre tiene
para mí un color especial: final de etapas, comienzo de otras…final de
vidas, comienzo de vidas. Aquella noche septembrina se había vestido de
gala en mi corazón de 12 años…nadie lo sabía, pero llevaba yo un fiestón
por dentro, una verdadera orquesta silenciosa. Estaba alegre. Ese día en la
tarde habíamos llegado de Caracas mi mamá, mi hermano Carlos y yo, en el
famoso avión Super Constellation. Bella y potente nave, bien presurizada,
muy cómoda en su interior. Servían una comida excelente. Nadie podía
saberlo en aquel momento, pero ese fue uno de los últimos viajes de ese
maravilloso avión, parece que a causa de un accidente aéreo ocurrido en un
vuelo procedente de los Estados Unidos y que se estrelló en el cerro de El
Avila, Caracas. Ya oficialmente había sido retirado ese modelo. El caso es
que, a nuestra llegada a Ciudad Bolívar, mi maleta traía una acompañante:
Mi guitarra eléctrica Hoffner, regalo de mi madre por mis buenas notas
obtenidas en el primer año de bachillerato. Esa guitarra era la realización
de un sueño. Llegar a ella, el cómo, dónde y por qué ya ha sido descrito en
otro capítulo de mi vida. Lo cierto es que esa noche, bañado y vestido como
quien vá de fiesta, la saqué de su estuche duro. Recuerdo su olor.
Temblaban mis manos. Sentado en el estudio de la casa, me disponía a sonar
por primera vez mi adorado instrumento musical. Enchufé al tomacorriente el
cable del pequeño amplificador que también me regaló mi madre y,
mágicamente, escuché su primer sonido…la emoción me embargaba…comencé a
afinarla, como había aprendido en la vieja guitarra de mi padre…no había
transcurrido mucho tiempo, pero yo había perdido la noción de él…estaba
como en un trance. De pronto, una voz en la ventana: “Hola, vale, disculpa,
yo vivo allí enfrente y escuché sonando la guitarra…disculpa, pero es que a
mí también me gusta la música moderna…” Era un catirito de cabello lacio,
delgadísimo, bien peinado con brillantina (o gel, como ahora le dicen)…en
verdad no lo había visto nunca por allí, y vivía enfrente de mi
casa…enseguida lo invité a pasar…transcurrieron como dos horas –digo yo- y
hablamos de música…de música…y de música…solté con él todo aquel tarugo
indigesto de ideas y sueños artísticos que no me dejaba vivir
tranquilo…sentí paz y alegría, pues al fin tendría un compañero –aparte de
mi hermano Carlos- con quien reunirme a propósito de…música. Y de otras
muchas cosas más, como lo sabría luego. -“¿Y por qué no hacemos un conjunto
musical?” –La pregunta de George Shaw, el catirito de esa noche, no podía ser
contestada aún…iría a contestarse sola durante el primer ensayo de aquél
infantil e inocente grupo de amigos: George Shaw, Carlos Bates, Carlos y
José Luis Cestari…¡Nacían “Los Teen Stars”, el primer grupo de rock de todo
el sur-oriente venezolano! George no tenía guitarra…atrevida e
inconsultamente, nos apoderamos de la vieja guitarra de mi papá y la
pintamos de azul y negro…le pusimos un pequeño micrófono que compramos en
La Moda en Discos…andando el tiempo, George hizo su propia guitarra
eléctrica…también encargó a los Estados Unidos un amplificador desarmado,
que él mismo reconstruyó…porque el que venía usando era la corneta
amplificada de un proyector de 16 mm de mi papá…pobre mi viejo, muy
comprensivo con nuestra afición musical…le desvalijamos todo, nos
apoderábamos de sus cables y micrófonos…construíamos cornetas que luego
metíamos en cajas que mandábamos a hacer en la carpintería…donde José
Miguel y Raúl Arreaza a cada rato era un fiao que si por enchufes, cables
cornetas y amplificadores…gracias, papá, por resistir y por
comprendernos…gracias, mamá, por el transporte eterno que nos hacías en tu
gran camioneta, siempre llena de amplificadores y tambores…gracias a la
familia Shaw por su apoyo y comprensión a esos “nuevos Beatles” de Ciudad
Bolívar. La casita de la familia Shaw era sencilla…una pequeña sala, luego
un angosto pasillo que conducía a tres habitaciones…luego la cocina y el
comedor…creo recordarla así…allí vivía George junto a sus hermanas Cecilia,
Irene, Carol, junto a su hermano Eduardo y su madre, la Sra. Aura. El
cuarto o habitación de George era pequeño, pero hasta tenía su baño
interno…cuando yo llegaba a esa casa, luego de saludar a doña Aura iba
directo donde George –Georgy, como aún le decimos- a su cuarto…allí nos
reuníamos todos a escuchar las canciones que íbamos a ensayar, a copiar las
letras en inglés o a crearlas en español…todo en un humildísimo y sencillo
tocadiscos que, por cierto, jamás he vuelto a ver uno igual. En ese cuarto
de Georgy se acumularon muchos hermosos recuerdos…a veces yo llegaba del
liceo directo donde Georgy, aún con el uniforme puesto…traía alguna idea,
algún arreglo, alguna canción nueva, alguna letra por hacer. Los ensayos en
forma con el grupo se hacían en la sala de la casa Shaw. Georgy, tendría
dieciséis o diecisiete y era al mayor en edad…siempre fungió como director
del grupo, aún cuando los arreglos se hacían entre todos. Su hermano
Eduardo –mayor que Georgy- siempre nos orientaba y aconsejaba. Nuestros
mejores críticos en los ensayos eran su madre y hermanas…también nuestro
mejor estímulo. Nunca olvidaré aquél sábado en la mañana cuando
ensayábamos…en pleno ensayo, se apareció a la puerta un hombre joven, de
baja estatura y con una barriguita, cuyo nombre he olvidado…pero nosotros,
en nuestra permanente echadera de broma, lo llamábamos el gusano…nunca supe
por qué. Nos dijo que él había pasado en su carro y oyó la música…que
tocaba saxofón…fue a su carro y lo buscó…se incorporó armoniosamente a
nuestro grupo…estábamos contentos…con él tocamos en varias fiestas
familiares cerca del entonces Cine Orinoco, y en su apartamento, en un
edificio también cercano. Con él tocamos también en la entonces Ecos del
Orinoco, emisora radial donde se tocaba en vivo y con público. En Radio
Bolivar, con el Chino León y José Antonio Nicolás. Eramos el grupo de moda.
Las fiestas de liceo, cumpleaños…íbamos a todas partes! Hasta a San
Fernando de Apure fuimos, a llevarles el primer grito de rock a los
llaneros! Esa anécdota, por lo extensa y graciosa, merece un capítulo aparte.
Cuando Georgy se graduó de bachiller se fue a Caracas a estudiar en la UCV.
Se acabaron Los Teen Stars. Antes nunca lo supe, pero Carlos y yo quedamos
afectivamente muy mal. Nunca más fuimos a la casa Shaw, pero frecuentábamos
a diario la calle Pichincha y nos sentábamos en el kiosko de Perucho, en el
mismo sitio donde solíamos hacerlo en compañía de Georgy. Junto a un amigo
y compañero de liceo –Sigfredo Grillet- intentamos hacer un bajo eléctrico,
en la misma carpintería donde Georgy hizo su guitarra eléctrica.
Identificación, segunda etapa del duelo, según Freud. Pero no, no había
forma de paliar el vacío de Georgy, el vacío que nos dejó el fin de nuestro
grupo musical. Pasó la vida. Transcurrieron muchos años, con su carga de
aprendizaje a base de durezas y complejidades. Lejos de la sencillez del
cuarto de Georgy y de los sueños lúcidos de aquellos muchachos. La
Providencia nos fue colocando a cada uno en diferentes puntos angulares de
conciencia experiencial y de realización personal. Nos hicimos adultos…cada
quien con su trabajo…todos nos casamos con nuestras novias de
siempre...vinieron nuestros hijos…cambiaron nuestros sueños. Pero la
amistad continuó, mejorada y fortalecida. Con Georgy y su familia, con
Carlos “Chichí” Bates y con nuestro archivo vivencial ha continuado esta
bella historia. Historia de amor familiar, de amistad pura. Más allá de
nuestra edad madura, más allá de la distancia y la vida siempre cambiante,
se perfilan insomnes las figuras de todo este grupo de amigos y familiares,
guitarras, tambores y canciones, todos girando alrededor de la Diosa
Música. Y, como un monumento a la amistad juvenil, la rubia cabeza de
Georgy en la ventana del estudio de mi casa materna, hizo el preludio de
nuestra fuerte y fraterna amistad…¡De más de cincuenta años, probada en
todo terreno! ¡Gracias, Georgy, seguimos juntos, hermano!
|
|