sábado, 20 de junio de 2015

ALGO OCURRE CON EL ROCK / José Luis Cestari




21 de junio de 2015
En es éste un escrito nostálgico de un viejo rockero.  Es algo serio, relevante, reflexivo.  No soy analista de rock, ni siquiera un coleccionista.  Pero quiero contarles algo interesante...porque algo pasa con el rock.
La guitarra eléctrica que mi madre me regaló como premio a mis notas sobresalientes del Primer Año de Bachillerato en el Liceo Peñalver, aún la conservo.  Intacta.  Son mis manos las que ya no son las mismas que la tocaban aquella noche de septiembre en el estudio de mi padre, con George Shaw, mi vecino.  Mi gran amigo de siempre.  Algo me ocurrió, o nos ocurrió a ambos, desde esa noche, y esas memorias son cuadros vivos que aturden mis percepciones.  Porque no hemos parado de tocar.  Ni un solo día.  Aunque  imperceptible, alguna vieja canción se aparece como un duende insomne, y nos trae el pasado en bandeja lustrosa, sonriente.  Miramos, caminamos, respiramos como cuando ocurrían aquéllas cosas en aquéllos días.  Vivimos dentro de ese cuerpo que el tiempo ha venido esculpiendo en su labor extraña, pero...la música...aquéllos discos... no se nos quitan de encima.  Pocos llegaban a Ciudad Bolívar...eran como lagos de oro puro que se guardaban y se vendían por encargo.  Vamos hoy –y fuimos antes- como cabalgando una línea de espacio-tiempo que luce como lineal, pero es en realidad un punto.  Y es entonces cuando nos damos cuenta de todo lo que aprendimos en la escuela del profesor Rock.   Paul Anka y César Costa fueron sellos de niebla dulce sobre las muchachas y los sonidos que nos gustaban.  Chubby Checker logró engancharme a escucharlo en casa de Oscar Silva y llevármelo tatuado a mi casa, para luego encontrarme con él en “Ecos del Orinoco”, disfrazado de José “chino” Palermo.  Joey Dee y The Starliters con el “peppermint twist”...De Elvis Presley nos quedó todo;  su porte desgarbado y lustroso, su cabello trabajado y desafiante, sus movimientos como sierpes que abrían agujeros negros hacia alguna parte.  Los Teen Tops y Los Hooligans eran discos que se rayaron de tanto rasgarnos los tejidos en aquéllas edades...Enrique Guzmán...The Animals nos obligaron a tratar de cantar -y entender- “La casa del sol naciente”...
The Beatles...The Rolling Stones...The Beach Boys…Led Zepelin…The Doors…Ray Charles...The Who…The Monkees…Fórmula V…Los Impala…007…Las Cuatro Monedas…5th Dimension...Tommy James and The Shondells…Tres Tristes Tigres…la lista es larga, señores.  Y no es que estos grupos eran canciones, simplemente.  Eran conceptos.  Modelos.  Paradigmas.  Espejos.  Un joven en crecimiento y desarrollo necesita parecerse a alguien.  De estos grupos tomamos lo mejor.  Los roqueros provincianos que éramos no usábamos ningún tóxico.  Con la música bastaba para elevar nuestras vibraciones.  
Aquí me voy a detener, pues hay una lealtad que me obliga.  Me refiero a The Beatles.  Fuimos cuatro los que formamos a “Los Teen Stars:   George Shaw, Carlos Bates, Carlos y José Luis Cestari.   Tenía yo trece años.  Cuatro fuimos, pues cuatro eran The Beatles.  Sábado y domingo los ensayos, la mayoría de las veces en casa de George...frente a mi casa.  Nos hicimos “beatleómanos”.  Casi todo nuestro repertorio.  Traducíamos al español...hacíamos versiones propias.  Fue tan fuerte la identificación con el famoso grupo, que hasta teníamos pelucas al estilo “beatle”, que estrenamos en una presentación que hicimos en el club “La Cancha”.  En lo personal, casi me parecía conocerlos, a cada uno...John me llegaba como elegantemente atarantado, rebelde, informal...Paul como infantil, pero travieso y genial...George se me parecía a nuestro George Shaw, entre serio y formal, más bien como con porte de anciano que controlaba a todos los demás....Ringo, el cómico, el más desenfadado de la célebre agrupación. 
Increíble cómo pasábamos el día tocando y cantando.  Igual fue con “Los Hippies” y con “Los Cobra”:  Fabio Amici, Carlo Dallopedales, José Enrique Almedo, Lester Tang, Rommel Hernández y yo.  Con éstos últimos amigos del alma perfeccionamos nuestros conocimientos y destrezas.  Aprendimos:  constancia, lealtad, amistad, entrega, compromiso, certeza, esfuerzo, dedicación, respeto, orden y organización.   Nos salió barba y vello en el cuerpo...crecimos y maduramos tocando y cantando con nuestros amigos.  Nuestras novias cargaron con nuestros dedos maltratados por las cuerdas de la guitarra eléctrica, con nuestros anhelos, con nuestros cansancios.
Dejamos el grupo y nos hicimos respetables y serios en nuestras respectivas profesiones.  Transcurrieron muchos años.  Pero ni el tiempo ni las diversas circunstancias nos pudieron apartar de aquéllos primeros sueños.  Y lo que es más, la mayoría de ellos se hicieron realidad o están a punto de realizarse.  Aún parece quedar cuerda.

El rock fue un gran maestro. Quizá la música, en general. 
¡Tal vez aquéllos muchachos aún luchan por sacar los sonidos precisos de su instrumento!


Cuando éramos rockeros
gustábamos
del estruendo
sobre las gotas de silencio
para que la luz
no escapara de nosotros

teníamos las islas y orillas
por las que gime el mar

cuando éramos rockeros
algo ocurría en el corazón
que no nos dejaba escucharnos

algo ocurre con el rock
que no nos deja dejarlo












viernes, 5 de junio de 2015

Hernán Gamboa y el Pájaro Tilín

De regreso a San Tomé

 Por Hernan Gamboa

Cuando yo tenía 16 o 17 años, o por allí, me impactó una canción titulada “Pájaro Tilín”, que es un tema del folklore venezolano, y que a diferencia de lo que yo escuchaba hasta entonces de ese folklore, que estaba siempre interpretado por solistas, esta vez lo cantaba un quinteto vocal. Era el Quinteto Contrapunto, que le daba en su polifonía una cualidad increíble, única para mí. “Pájaro Tilín” es una canción de una gran sencillez, pero el arreglo polifónico del quinteto –que estaba constituido por una soprano (Marina Auristela Guanche), una mezzosoprano (Morella Muñoz), un tenor (Jesús Sevillano) y un bajo (Domingo Mendoza), y el director, Rafael Suárez, que acompañaba con el cuatro– me alcanzó de tal manera que se volvió una influencia determinante para mis futuros trabajos.
En el momento en que esta canción llegó hasta mí, yo estaba ingresando a la universidad. De hecho, la primera vez que la escuché fue en la radio de la pensión para estudiantes en la que vivía, y enseguida salí a tratar de conseguirla. Yo estaba allá para estudiar medicina: música no estudié, siempre fui un autodidacta, con cierta formación como coralista, y en las estudiantinas, donde practiqué teoría, solfeo y armonía. La influencia musical me venía desde pequeño por mi padre, Carmito Gamboa, quien desde los ocho años me llevó con él para que lo acompañara con el cuatro. Mi padre, a la vez, se dedicaba a la música con pasión, pero trabajaba en las empresas petroleras norteamericanas que estaban instaladas en Venezuela, un trabajo que durante mi infancia nos llevó a mudarnos muchas veces de pueblo. Así fue que nací y me crié en San Tomé, pero la época de los liceos de educación secundaria la pasé en Barinas y luego en Anaco y Ciudad Bolívar, y cuando oí “Pájaro Tilín” por primera vez estaba en Cumaná. Como éramos siete hermanos, y éramos muy compañeros, todos juntos aprendimos a adaptarnos bien a cada mudanza. Luego, cuando mi padre enfermó tuve que dejar medicina para trabajar y cuando retomé los estudios me convertí en profesor de biología y química, ejerciendo durante 28 años en distintas ciudades de Venezuela, mientras paralelamente me dedicaba a la música, empujado en parte por esta canción tan simple como extraordinaria.
Cuando apareció el “Pájaro Tilín” en mi vida, yo ya venía oyendo la música de mi país, pero cantada por solistas y con arpa, cuatro y maracas, que es como se acostumbra a cantarla y acompañarla todavía. Pero “Pájaro Tilín” fue lo más grande que ha habido para mí en la música venezolana: el contrapunto que hacía el quinteto (reconocido mundialmente) le daba una riqueza a la canción, que daba la sensación de que había varias letras al mismo tiempo. La letra es muy sencilla: dice “Este pajarito no es de por aquí / me lo regalaron allá en Maturí”. Pero esos versos tan despojados, a mí me alcanzan para remitirme a San Tomé, a esa región de la parte oriental de Venezuela en la que crecí, en Anzoátegui. Me transporta inmediatamente a mi infancia, y enseguida vuelven las imágenes del campamento petrolero, de ese pueblo hermosísimo de calles perfectamente pavimentadas, de escuelas perfectas, a su pulcro hospital, a sus clubes: todo estaba en perfecto orden en este lugar donde los gringos de las compañías petroleras se integraban en armonía con los locales y la vida de la gente era muy sencilla. En casa mi padre nos enseñaba canciones como “El gavilán”, “El polo margariteño” y “La Josa”. Es a todo eso que me lleva “Pájaro Tilín” cada vez que vuelvo a escucharla.
He vuelto a San Tomé hace unos años, en 2006, para un homenaje que me hicieron, y lo encontré muy cambiado, muy deteriorado. Ya no era el pueblo bonito de mi infancia. Pienso que tiene que ver con que la actividad petrolera ya no era la misma de las décadas del ’40 y del ’50. Hacía 50 años que no volvía, y me había quedado con esta imagen del pueblo idílico, de modo que sobrevino el desencanto.
Pero, como he dicho, todavía puedo volver allá, al San Tomé de mi infancia, a través de “Pájaro Tilín”. Hoy sigo oyendo aquel disco que salí a buscar enseguida, y que funciona para mí como un momento de iniciación, al igual que mucha gente quedó marcada al oír por primera vez a Los Beatles. Con el tiempo, llegué a grabar yo mismo el “Pájaro Tilín”, en mi disco Venezuela linda, y me hice amigo de los integrantes del Quinteto Contrapunto. También la grabé en un disco que se editó aquí en Buenos Aires, un disco titulado Serenatas en contrapuntos, en un doble homenaje al cuarteto en el que estuve durante quince años, Serenata Guayanesa, y al quinteto que con su ejecución me abrió para siempre el corazón a otras formas del folklore que me acompañó de toda la vida.

Hernán Gamboa, alias El Cuatro de Venezuela, presenta su nuevo CD, Uniendo mundos, con un repertorio de música popular de los cinco continentes, desde la orquídea de Hugo Blanco a la ranchera mexicana de José Alfredo Jiménez, pasando por un fado portugués, el samba brasileño, canciones chinas, africanas y la música tradicional francesa e italiana, sin dejar de interpretar el joropo venezolano. El jueves 10 de mayo, a las 22, en Los 36 Billares, Av. de Mayo 1265. Tel. 4381-5696. Entrada $60 Más información en www.hernangamboa.com.a