Para el artista Jesús "Chuo" Galindo, creador de imágenes
tangibles y etéreas transubstanciando la
existencia. Para él, primero fue Guadalupe. Guadalupe ¿era? una mujer de aire, agua y tierra que se
diluía en la sombra de sus colores hasta
que un día como deidad al fin, se convirtió en caballo que cabalga por los
mares, que galopa por las nubes, que trota y se encabrita por sabanas y
montañas y se desenfrena saciado de angustia sobre las ciudades.
Una vez lo tridimensionó a un tamaño que sólo podía caber en las manos
de un niño y lo puso a abrevar a la orilla de un lago y le dijo: tú, animal, de
mil correrías por los siglos ancestrales que apuntan hacia el Eohippus, te
llamarás Bucéfalo como el caballo de Alejandro, o Babieca como el del Cid Campeador, tal vez El Morcillo como el de Hernán
Cortéz o, mejor, Rocinante.
Eso es, Rocinante, y como no ha habido en casi 400 años un jamelgo mancheguiano sin Quijote, se montó en él y
comenzó a cabalgar con su carga por
los caminos que conducen al hombre hacia los impredecibles contornos de
la infancia.
Un día se encontró con Dios, y el Señor lo hizo caballero andante.
Ahora ha hecho estación aquí en esta
bicentenaria ciudad del río que tiene chozas que miran al desierto como
la que él mismo se construyó en Los Báez, y Cajas de Pandora con ruedas de
donde en vez de males salen esperanzas como estos dibujos, como estas pinturas, como estos juguetes que cultivan el mundo
de la imaginación.
Américo Fernández
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